"Duele
entrar en las tiendas de música, ver a los clientes manejando esas
fabulosas detenciones del tiempo, el espacio y la vida, tantas veces
comprando voces de muertos, violines de muertos, pianos de muertos,
saliendo con una exquisita muerte bajo el brazo para escucharla más
tarde entre dos pitadas de cigarrillo y un comentario fortuito. (...)
Estas páginas de nostalgia un poco burlona (cada uno seca sus lágrimas
como puede) nacen de la delicia siempre teñida de angustia que suscita
el milagro de una bella voz, esa presencia única e irrepetible, esa
impresión digital de una belleza que nos permitirá identificarla entre
millones de otras voces. Los entendidos dirán que el sonido del violín
de Kreisler no era el mismo que el de Heifetz, para hablar de monstruos
de mi tiempo, pero la diferencia entre dos violinistas es sobre todo
temperamental, interpretativa, y las disimilitudes acústicas no tienen
importancia decisiva. En cambio la voz de Joan Báez, la voz de Louis
Armstrong, la voz de Leontyne Price, la voz de Helga Pilarcik, son
en cada caso una esencia única hic et nunc, el resultado de un vertiginoso
microcosmo cada vez más diferente, el resonador final de una alquimia
casi
inconcebible.
Y esa voz va a morir, y sólo el milagro del disco, que ahora un muchacho
sale llevando bajo el brazo como si fuera una revista, la situará
fuera del tiempo, la guardará para sus amantes como el mecanismo de
Morel o del alucinado habitante del castillo de los Cárpatos. Hoy
comprendo mejor mis desgarrados amores de infancia, porque el sentimiento
que me ataba a la voz de John McCormack, de Carlos Gardel, de Elizabeth
Schumann, de Bing Crosby, de Giovanni Martinelli, de Richard Tauber,
de Lauritz Melchior, de José Mojica, de Tino Folgar, de Jean Lumiére,
de Jean Sablon, de Ethel Waters, de Bessie Smith, de Jelly Roll, era
mi ingenua, desesperada manera de rechazar la mortalidad, de suplicar
con Fausto al instante que huye: <¡Oh, detente, eres tan bello!>.
Muchos instantes huyeron pero las voces, perecederas por únicas, por
irrepetibles, se detuvieron para siempre en una memoria que de alguna
manera y contra toda razón se sabe a salvo de la muerte."
Julio
Cortázar (Último Round)

"Al
mate le debo mi obra. Si Suzuki y Okakura Kakuzo hablan del té como
una de las estéticas del zen, no veo por qué sería inoportuno escribir
un tratado: el mate como disciplina zen del sudamericano. Pero no
como una ironía o como un chiste, sino como algo dicho absolutamente
en serio. A cuántos habrá salvado el mate en las épocas del hambre
infinita. Es cosa de ver cómo ayuda a resistir, a conservr el equilibrio,
la esperanza y a que no se pierda el centro. Sirve al solitario, pero
también al ideal que es compartir. No hay cosa más linda que tomar
mate con la mujer de uno. Maldito sea el que está compartiendo y no
comprende. En su defecto que sea con un amigo. El mate es más compañero
que el vino, y digo mucho. El vino traiciona como algunos hombres
traicionan a sus mujeres. Como algunas mujeres traicionan a los hombres
que viven con ellas. Pero el mate brinda y rodea de escudos. Más de
uno no se mató porque todavía no se le había terminado la yerba. La
bombilla de plata equivale a la flecha puesta en el arco zen. 'Un
mate, una vida.' "
Alberto Laiseca (El jardín de las máquinas parlantes)
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