Pero lo que yo quería era contar mi recuerdo de los cuatro años. La fiesta propiamente dicha la he olvidado. Las fiestas desaparecen de la memoria porque cada una va haciendo olvidar a la anterior, igual, curiosamente, que su contrario, los golpes de la vida. Cuando uno recibe un golpe de la vida, uno dice: bueno, finalmente, este golpe de la vida es el último, porque ahora sí me voy a morir de tristeza; pero luego viene otro que hace olvidar el anterior y así hasta que uno acumula tantos golpes de la vida que es como si llegara a la cima de un cerro formado por golpes de la vida; pero de ahí en adelante comienza como un descenso y, si uno baja con cuidado, los antiguos golpes, es cierto, aún duelen, pero tal vez a uno hasta le guste recordarlos para sentir que uno todavía está vivo, que de cualquier manera uno no se murió.

Augusto Monterroso

La virtud no se enseña, como tampoco el genio. La idea que se tiene de la virtud es estéril, y no puede servir más que de instrumento, como las cosas técnicas en materia de arte. Esperar que nuestros sistemas de moral y nuestras ética puedan formar personas virtuosas, nobles y santas, es tan insensato como imaginar que nuestros trabajos de estética pueden producir poetas, escultores, pintores y músicos.

Arthur Schopenhauer



Mi mente era en esos días como la de una mosca que unas veces se hallara inquieta en el techo frotándose las manos, otras moviéndose ansiosa frente a la ventana sin decidirse a salir, otras pegada a la pared, inmóvil, como muerta y aparentemente ajena a los males de este mundo, y otras en cualquier parte, donde no es muy raro, si se fijan, que anden las moscas, excepto cuando están tristes o muy enamoradas y sin saber qué hacer, porque en esas circunstancias no se encuentran con el menor ánimo de salir a la calle, ni de quedarse por mucho tiempo en la pared, y mucho menos de ponerse a leer nada o a oír música, pues esta u otra frase, tal o cual canción, les recuerda a la mosca que no vieron ayer y no pueden ver hoy, y en ese momento no están seguras de si esa mosca las quiere o anda con otra en el cine o en alguna fiesta de amigos, comunes, feliz, sin pensar en ellas, y así cualquier cosa que lean o escuchan les recuerda a su mosca ausente y quién sabe si para siempre perdida, y por eso no pueden estarse quietas en el techo, en la ventana o en la pared, con el pensamiento fijo tan sólo en su mosca, que ahora andará paseando agarrada de la mano con la otra, mientras ellas, sumidas en el abandono total, no son capaces de permanecer tranquilas ni un segundo ni en el suelo ni en la pared ni en la cama ni en cualquier lugar o circunstancia de la vida, habiendo tantas moscas en la vida.

Augusto Monterroso



Domingo.
Echa un vistazo a esta ciudad.
¿Cómo podrías odiarla?
Está compuesta de cuatro partes tan extrañas entre sí como países con no más de una frontera en común; en realidad, muchos habitantes de Isola están más familiarizados con las calles de Inglaterra o Francia que con las de Bethtown, a un tiro de piedra pasado el río. Los nativos hablan también lenguas diferentes. No es extraño que el acento de Clam’s Point suene tan ininteligible como los sonidos que emite un galés al hablar.
¿Cómo podrías odiar a esta sucia perra?
Todo son paredes, es verdad. Presenta edificios como estacadas del ejército levantadas como protección contra una población india engañada que se ha ido hace tiempo. Oculta el cielo. Impide que se vea el río. (Quizá nunca, en la historia de la humanidad, una ciudad ha despreciado tanto la belleza de sus vías fluviales o las ha tratado tan despreocupadamente. Si los ríos fueran sus amantes, le serían infieles. Te fuerza a vislumbrarla con miradas rápidas, como desde lo hondo de un profundo barranco, aquí un poco de agua, allá una franja de cielo, nunca una vista panorámica, siempre paredes encerrando, agobiando. Pero ¿cómo podrás odiar a esta coqueta lagarta de pelo humeante?
Es ruidosa y vulgar; en sus medias hay carreras y sus tacones están gastados (puedes ganarla con una palabra amable o una mirada impúdica porque sucumbe ante las atenciones, deseando siempre gustar, ansiosa de demostrar que es tan buena como la que más). Canta demasiado fuerte. El carmín mancha toda su cara en un desafío obsceno. Se levanta la falda o la deja caer con igual abandono, gruñe, eructa, empuja, pedorrea, se tambalea, se cae, es común, vil, traicionera, peligrosa, frágil, vulnerable, tonta obstinada, lista y barata, pero es imposible odiarla, porque cuando sale de la ducha oliendo a gasolina y a sudor y a humo y a grasa y a vino y a flores y a comida y a polvo y a muerte (no importa el alto nivel de polución), lleva puesto ese descarado hedor como el más caro perfume. Si has nacido en una ciudad, y te has criado en ella, conoces el hedor y te marea. No el hedor de la ciudades de medio pelo, aldehuelas y villorios que se las dan de ciudades y no embaucan mas que a sus propios habitantes palurdos. Hay media docena de verdaderas ciudades en el mundo: ésta es una de ellas. Es imposible odiarla cuando te viene con una risilla ahogada de mujer a punto de estallar en su cara, burbujeando con algún secreto adolescente para estallar de alborozo en su desconcertante boca. (Si no puedes personalizar a una ciudad es porque no hay vivido nunca en ninguna. Si no puedes sentirte romántico y sentimental hablando de ella, eres un extranjero aunque hables su lenguaje. Prueba con Filadelfia, te gustará aquello.) Para conocer una verdadera ciudad, tienes que respirarla, sentirla de cerca.
Echa un vistazo a esa ciudad.
¿Cómo podrías odiarla?

Ed Mc.Bain

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